Entrevista a Luis Vega Reñon

Luis Vega Reñón es Catedrático de Lógica en la UNED, director de la publicación digital 'Revista Iberoamericana de Argumentación' y, sin lugar a dudas, uno de los más destacados y respetados investigadores y conocedores de todas las facetas de la Teoría de la Argumentación. Es también, ante todo, una persona amable y abierta, profundamente admirada, estimada y respetada por aquellos que estudian con profusión su obra, sus colaboradores y sus estudiantes. Se trata de una auténtica autoridad en un campo dentro del cual ha llevado a cabo durante su dilatada y fructífera carrera una cantidad enorme de publicaciones en forma de artículos, de libros ya considerados clásicos, y de trabajos de investigación en colaboración con muchos otros profesionales a los que ha servido de mentor. Considero que la elaboración y brillantez de sus respuestas a mis dudas constituye la mejor muestra de su genio y de su carismática personalidad.

 

Por Angelo Fasce 

 

Buenas profesor. Podría comenzar esta entrevista contándonos un poco sobre cómo fue para usted la experiencia de estudiar filosofía en la España de sus años universitarios.

- Fue una experiencia ambivalente: por un lado incitante, por otro lado penosa. Los estímulos provenían de las bibliotecas de Filosofía y Letras de la Complutense y del Ateneo, y de las publicaciones “subversivas” que cabía encontrar en algún puesto de libros de ocasión en la calle Princesa o en la trastienda de Fuentetaja. En cambio, las clases de la facultad, donde por ejemplo ya habían sustituido a Aranguren por un fraile, eran una verdadera pena. Menos mal que podías saltarte clases con bastante impunidad. Pero las consecuencias para lo que se ha dado en llamar “pensar en español” fueron lamentables: entre los 60 y los 80 nos movíamos entre el autodidactismo y el colonialismo “analítico” o “continental”, con algún que otro aliño, como el marxismo francés que nos servía alguna editorial catalana.

Usted hizo ya en su momento su memoria de licenciatura sobre el argumento ontológico. ¿De dónde le vino ese temprano interés por el estudio de los argumentos que le ha acompañado hasta hoy?

- No recuerdo un motivo concreto. Fue una orientación natural. Aún sigo creyendo que si alguien tiene realmente interés en las cuestiones de filosofía tendrá que interesarse por la argumentación. Aparte de que el argumento ontológico, un paradigma de la argumentación filosófica que trata de sacarse un conejo real del propio sombrero, tiene su encanto.

Cuando uno se acerca a la teoría de la argumentación –como ha sido caso durante la realización del máster– no puede dejar uno de sorprenderse de la enormidad del campo y de la cantidad de trabajo que hay por hacer. ¿Qué aspectos considera que los nuevos investigadores que se adhieren ahora a la empresa deben de trabajar con especial urgencia?

- Creo que hay, al menos, cuatro áreas que hoy merecen especial atención. Una es la pragmática normativa de la argumentación como interacción discursiva que no solo tiene que ver con cuestiones digamos “técnicas”, relativas a la identificación y evaluación de la argumentación, sino con cuestiones filosóficas del tipo de «¿por qué argumentar bien en vez de hacerlo mal o de modo falaz?» . Otra es el trabajo en modelos y esquemas argumentativos y en su implementación computacional, una vez desbordado el antiguo patrón monológico de argumento marcado por la secuencia <premisas/nexo ilativo/conclusión>. Una tercera área es la cubierta por los usos y abusos del discurso público, es decir por la práctica colectiva de la argumentación en diversas esferas institucionales de discurso. La cuarta área que me parece tan importante como descuidada por la teoría de la argumentación es la construcción de su propia historia; baste comparar las historias existentes de la lógica formal con las inexistentes en el campo paralelo de la lógica informal.

No faltan, por lo demás, temas transversales de investigación o demandas específicas. Uno de estos temas que comunican y atraviesan las áreas segunda y tercera es el estudio de la argumentación conductiva, un tipo de argumentación práctica fundada en la ponderación del peso y la fuerza de las consideraciones o razones en liza. Una de esas demandas, especialmente apremiante en nuestro caso, es la recuperación histórica de nuestras contribuciones al desarrollo de la “lógica del discurso civil” en español.

Ha realizado usted mucha investigación histórica a lo largo de su carrera. ¿Qué clase de cosas cree que la historia puede enseñarnos respecto a la argumentación? ¿Aquello que podemos aprender observando el pasado son sobre todo errores y el 'cómo no hacer las cosas', o considera que ha habido alguna época dorada de la argumentación?

- Naturalmente, ya es un lugar común de todo estudiante de filosofía el tópico popperiano de que hemos de aprender de nuestros errores; lo malo es que algunos, como las falacias, son a veces imprevisibles y suelen resultar recidivas. Afortunadamente también aprendemos de nuestros aciertos y sin ellos no sobreviviríamos. Por eso la historia puede ser, en todo caso, instructiva. Y, desde luego, la teoría y la práctica especializada de la argumentación han tenido épocas doradas, tres cuando menos. (1) La fundacional, en la Atenas de los ss. V-III a.n.e., desde los sofistas hasta los miembros de las diversas escuelas o sectas filosóficas, pasando por el padre del invento, el inevitable Aristóteles. (2) La de las universidades medievales europeas de los ss. XII-XIV, en las que aparecen los primeros profesionales de la argumentación, como los magistri de teología o derecho que se habían pasado más de 15 años escolares formándose en la práctica oral y escrita de “quaestiones” y “disputationes”. Y, por suerte para nosotros, (3) el momento actual desde mediados del siglo pasado hasta ahora y es probable que siga si es certero el diagnóstico de la pregunta anterior sobre la extensión del campo de la argumentación y la cantidad de trabajo por hacer.

Un tema que me resulta de especial interés son las falacias. Se ha venido dando en estos últimos años un giro muy interesante en su estudio, en el cual la caracterización tradicional, basada en buena medida en su supuesta incorrección lógica, se ha derrumbado paulatinamente dejando paso a una caracterización más bien psicológica o cognitiva. ¿Ve con buenos ojos este cambio? ¿Considera que el estudio de las falacias podría salir de su estancamiento con este movimiento?

- Me temo que el estudio de las falacias no dejará de ser frustrante y seguirá estando hasta cierto punto “estancado” por dos motivos al menos. (1) Hay errores y fallos discursivos imprevisibles e involuntarios como los paralogismos que solo reconocemos después de cometidos. (2) En general, no hay un procedimiento efectivo de detección y de prevención contra la comisión de falacias. Para colmo, hemos dedicado bastante más tiempo a hacer listas y catálogos de especímenes escolares, que a tareas de análisis conceptual y de construcción teórica. Es lo que trato de denunciar y, en la medida de mis posibilidades, corregir en La fauna de las falacias. Como consuelo, ya vamos teniendo una idea de que lo que no nos sirve: por ejemplo, podemos descartar la falsa creencia en que la invalidez lógica es una condición necesaria o suficiente del carácter falaz de un argumento, así como podemos ahorrarnos la referencia a unas presuntas falacias formales.

¿Piensa que el modelo científico de argumentación puede extenderse más allá de las fronteras que actualmente tiene? Es decir, ¿cree que algunos de los criterios normativos que tiene la argumentación en ciencia se podrían llegar a aplicar a la argumentación política o jurídica, por ejemplo?

- En teoría, sostengo desde hace tiempo una interrelación programática como la siguiente: toda demostración es una prueba y toda prueba es una argumentación, aunque, naturalmente, no valen las respectivas conversas. Según esto, tanto las demostraciones matemáticas como las pruebas empíricas constituyen tipos especializados si se quiere de argumentación. Por otro lado, en la práctica, es bien conocido, por ejemplo, el papel que desempeñó la demostración axiomática euclidiana en la argumentación filosófica e incluso política de los ss. XVII-XVIII, en la línea del programa del “more geometrico”. Y al margen de estas transferencias históricas, hoy siguen siendo unos puntos de referencia la abducción y la inferencia a la mejor explicación o la probabilidad bayesiana en las discusiones en torno a la argumentación plausible. Pero creo que son relaciones en doble dirección: también la idea de prueba científica podría beneficiarse de conceptos como el de recusabilidad o rebatibilidad (defeasibility), procedente inicialmente del mundo jurídico; así como, el tratamiento de las controversias científicas puede mantener una comunicación productiva con las regulaciones (habermasiana, pragmadialéctica, etc.) del debate racional. Hay en fin discusiones que podrían considerarse parejas o incluso compartidas como la que gira en torno a las cuestiones de incomensurabilidad en filosofia de la ciencia y la que discurre acerca de los desacuerdos profundos en teoría de la argumentación.

Las nuevas tecnologías de las que nos valemos hoy en día para comunicarnos han revolucionado a todos los niveles nuestra manera de informarnos, de argumentar, de convencer, etc. ¿Cree que ha sido positiva para la claridad y la corrección argumentativa la introducción de estos nuevos sistemas?

- En principio me parece positivo el desarrollo de esta suerte de discurso híbrido que practican los textos electrónicos: de entrada ya plantean un interesante desafío por su conformación mixta, medio oral-medio escrita, que no es una mera suma de ambos géneros sino un nuevo y complejo producto lingüístico. Por otra parte, hay que reconocer la existencia de diversas modalidades y diversos tipos de incidencia. Pueden ir, como es sabido, desde el empobrecimiento léxico y la sintaxis entrecortada del lenguaje típico del móvil o del chat (la llamada por algunos críticos “jibarización”), hasta los “editoriales” y reseñas críticas que a veces pueden verse en páginas blog, pasando por el correo electrónico, los foros, las redes sociales, etc. Estas distintas modalidades merecen una consideración diferenciada y un juicio proporcionado a su peculiar funcionamiento. Por ejemplo, en las causas judiciales, hay abogados que valoran el correo electrónico por encima del memorando tradicional debido a su mayor concisión y naturalidad. Pero, en todo caso, por mucho que influya el medio en el mensaje, la responsabilidad de su uso o abuso recae sobre el mensajero aunque trate a veces de esconderse bajo una falsa personalidad IP , así que, en esta perspectiva, muchos problemas de claridad y corrección en la interacción argumentativa son comunes o, si se prefiere, transversales a los géneros discursivos antiguos y nuevos.

¿Considera que los estudios sobre argumentación tienen un valor social? ¿Qué problemáticas sociales cree que puede ayudar a solventar?

- Cabe pensar en algún valor de alcance general como sería el de velar por la calidad del discurso público que es el aire que respiramos no solo para hablar con los demás sino para entendernos nosotros mismos. En este sentido tienen una proyección social no solo crítica sino educativa. En un sentido análogo, tampoco estaría de más por ejemplo recuperar el papel clásico de la retórica como vía de intervención en la vida pública y, en especial, en la política ciudadana, de modo parecido a como la jurisprudencia y la práctica jurídica se vienen beneficiando de la creciente atención a la argumentación en este campo. Pero los estudios de argumentación también pueden prestar servicios más particulares y específicos, “profesionales” diríamos, como la contribución de los modelos multi-agenciales de deliberación a la toma de decisiones conjuntas por parte de un colectivo de afectados o interesados por el asunto; o como el ensayo de programas de entrenamiento en la gestión de negociaciones o en las prácticas de mediación en otras áreas próximas.

Y ¿cree que en la sociedad española hay una buena cultura de la argumentación? ¿Por dónde podríamos comenzar a mejorarla?

- Para empezar convendría tomar conciencia crítica de nuestros usos arrogantes y de nuestros juicios sesgados en el español actual, como los que muestran algún estudio del empleo sobrado y categórico de expresiones como “¡Claro!” o “Ya lo sé” (e.g. Gambetta 1998), y varios ensayos de análisis crítico del discurso sobre la frecuencia de las descalificaciones racistas o sexistas a ambos lados del Atlántico (e.g. van Dick 2003, 2007; Córdova 2008). Por otro lado, también conviene reconocer que argumentar bien es una interacción discursiva compleja cuyo ejercicio no es una competencia natural sino una competencia adquirida, de modo que el aprendizaje teórico y práctico de la argumentación debería ser un propósito común y sostenido. La tradición de debates escolares en centros americanos (del Norte y del Sur) de enseñanza media y superior es una experiencia alentadora y perfectamente transferible a nuestro medio. Por añadidura, creo que determinados profesionales tienen especial responsabilidad en nuestra (in)cultura argumentativa por su particular relación con el discurso público y deberían, por lo menos, enseñar con el ejemplo. Y, naturalmente, no me refiero solo a los políticos, sino a los periodistas, a los juristas y, en fin, a los filósofos.

Su asignatura dentro del programa del máster supone un repaso amplio y una excelente introducción al campo de la teoría de la argumentación. ¿Que tal ha sido su experiencia docente durante su participación en el mismo?

- Ha sido, en general, satisfactoria por el interés y la preparación de quienes han seguido el curso. Pero me temo que, en este terreno académico, la teoría de la argumentación no solo acusa su juventud como disciplina en formación, sino que además ha de cargar con la concepción instrumental y un tanto a-filosófica, heredada de cierta visión tradicional o al menos escolar de la lógica.

¿Cuáles cree usted que son las mejores cualidades del máster y las principales oportunidades que puede ofrecerle a los alumnos?

- Bastará mencionar tres. En primer lugar, su oferta académica no solo de amplio espectro en sus cuatro módulos, sino especializada y actualizada. En segundo lugar, la posibilidad que abre de entrar en contacto con una red de investigadores y de proyectos de investigación punteros en diversos sectores del área de Lógica y Filosofía de la ciencia. En tercer lugar, el prestigio que se ha ganado en el área en el curso de estos primeros años.

Debo decir que es realmente impresionante la enorme cantidad de trabajos e investigaciones que ha realizado a lo largo de su carrera. Después de la publicación de su último libro La fauna de las falacias, ¿cuáles son sus próximos objetivos?

- Un objetivo próximo es estudiar el (re)nacimiento de los estudios de argumentación en la segunda mitad del siglo pasado, que se inscribe en el objetivo a medio plazo de ir haciendo una historia de la teoría de la argumentación. Un objetivo lejano tanto que parece la raya del horizonte que se aleja a medida que creemos que nos vamos acercando es la persecución de una teoría comprensiva y unitaria o, al menos, integradora de la argumentación. Es, como reza el lema aristotélico de la Revista Iberoamericana de Argumentación (RIA), “el saber que buscamos”. Porque, al fin y al cabo, de ilusión también se vive.

Ha colaborado con varias universidades hispanoamericanas. ¿Cómo calificaría sus experiencias en América Latina? ¿Cree que podría haber más contacto entre los dos lados del Atlántico?

- No solo podría, sino que debería. Tengo experiencia de algún otro máster uno de la Universidad de Alicante en argumentación jurídica donde este contacto e intercomunicación se han logrado. Por otra parte, también sé que se reconoce la calidad y el prestigio académicos de este máster en diversos lugares de México, Colombia, Chile o Argentina. Un problema para atraer a estudiantes latinoamericanos son los gastos: tasas académicas, residencia, etc. en suma: el coste en euros de cursar un máster en España. Pero al margen de esta interrelación concreta, creo que se podría fomentar la cooperación a través de varias vías como los proyectos de investigación en el proyecto que actualmente dirijo, 5 miembros del equipo (un tercio) son profesores hispanoamericanos. Todos los que se han interesado aquí en incorporar a sus proyectos a investigadores latinoamericanos saben bien de su disponibilidad y rendimiento sin mencionar el hecho de que la acreditación de algunas de sus instituciones académicas es superior a la de cualquier universidad española. Y por lo que concierne a los estudios de argumentación, en particular, debo reconocer que su situación actual en sitios como México, por ejemplo, es más estimulante y prometedora que la existente en España. Para terminar, otra vía de comunicación digna de atención, aparte de los congresos y simposios compartidos, son las publicaciones conjuntas y, en particular, las revistas como Cogency, publicada por el Centro de Estudios de Argumentación y Razonamiento en la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile, y Revista Iberoamericana de Argumentación, publicada en edición digital por la UNED < http://e-spacio.uned.es/ojs/index.php/RIA >, que cuentan con colaboraciones desde una y otra orilla.

¿Tiene usted lo que podríamos llamar un 'héroe intelectual'?

- La Iglesia católica es, como “buena” institución italiana, no solo antigua sino sabia, por eso dispone de un amplio santoral para cada día. No aspiro a tanto. Pero seguiré ese ejemplo a distancia y hoy, en atención al sexagésimo aniversario de su muerte, nombraré a Alan Turing.

Para terminar, ¿podría dar algún consejo a los estudiantes del máster?

- Podría, pero no debería. Ellos son quienes mejor han de saber lo que les conviene y lo que necesitan bueno, perdón si me ha salido una especie de consejo.

Muchísimas gracias por su tiempo. Ha sido muy amable y un auténtico placer para mi haber tenido este interesante encuentro.

- Un placer.

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