"Plagio", por Miguel Ángel Quintanilla

El artículo que sigue a continuación ha sido publicado por el autor en su blog https://maquinta.wordpress.com/2017/01/17/plagio/ lo reproducimos con el permiso del autor

La comunidad académica, formada por científicos investigadores, profesores e intelectuales es un potente actor social. Dejamos en sus manos una gran parte de los sistemas de reconocimiento del mérito y la reputación en el ámbito del conocimiento. Y permitimos que sus juicios de valor, aunque abiertos siempre al debate, sean prácticamente inapelables. Por ejemplo, si los científicos de una determinada especialidad, pongamos por caso Historia del Derecho, dicen que un libro escrito por D. Fulano no tiene ningún valor, pues así queda sentenciado y no hay recurso que valga a instancias superiores (aunque siempre queda la posibilidad de criticar y discutir ese juicio de valor dentro de la propia comunidad científica). Puede parecer increíble que esto funcione, pero lo cierto es que funciona. Desde la Antigüedad, pero sobre todo desde la consolidación del método científico a partir de la Modernidad, la comunidad académica intenta funcionar así y, en general, funciona bien.

Esto, claro está, no quiere decir que entre los académicos no haya un porcentaje de pillos y truhanes que intentan aprovecharse de sus colegas incumpliendo las normas. Pero la comunidad académica tiene recursos internos para combatir las posibles desviaciones. Por ejemplo, si un científico falsea sus datos o engaña a sus colegas, cuando estos le descubren le aplican la máxima sanción: queda excluido de la comunidad y se acaba su carrera.

Hay un tipo de delito académico que es especialmente grave. Se trata del plagio. que consiste en que alguien se apropia del trabajo de otro, haciéndolo pasar por suyo, sin reconocerlo públicamente. Es una práctica bastante común entre estudiantes poco entrenados, pero no tan frecuente en los niveles superiores de la comunidad académica. Al menos no lo era hasta ahora.

Recientemente ha aparecido un caso especialmente grave. Nada menos que el rector de una universidad pública, como la Rey Juan Carlos de Madrid, ha sido acusado de plagios múltiples y reiterados. Pero lo más llamativo de este caso es la lentitud de reacción de la comunidad académica y la desviación del foco de atención mediático. Es como si nadie (ni el propio interesado) quisiera discutir la cuestión de hecho, sino solamente sus posibles implicaciones políticas o administrativas. Pero, en realidad, la cuestión es muy sencilla: si lo que un grupo cada vez más numeroso de académicos afirma es verdad, entonces el Rector de la Rey Juan Carlos debe ser destituido de inmediato, desprovisto de sus títulos académicos y expulsado para siempre de la comunidad universitaria. Así de simple. Y no valen excusas ni linimentos. Si ha plagiado, no es digno de vestir la toga de la universidad. Y si la acusación es falsa debe quedar fehacientemente demostrado y rehabilitada su reputación científica. Lo que no puede ser es que se acepte como respuesta el mirar hacia otro lado y que una cuestión decisiva para mantener la confianza en las instituciones académicas, quede reducida a una operación de politiquería de pasillos y de corto alcance.

Un rector plagiario es como círculo cuadrado: algo que no puede ser. Si ha plagiado, que se vaya de la universidad ya. Y que no vuelva por aquí.

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