Un adecuado análisis de la causalidad adquiere particular relevancia en áreas de conocimiento en las que son necesarios grados de confianza elevados a la hora de adoptar decisiones frente a ciertos problemas/conflictos sociales, económicos o sanitarios.
Una revisión de la investigación publicada sobre causalidad en el ámbito de la salud pública en las últimas décadas revela que en la mayoría de los escenarios planteados en las ciencias de la salud, las relaciones causa-efecto no son deterministas, ni absolutamente ciertas y completas, a lo que se suma el hecho de que en el caso de muchas disciplinas biomédicas, como la epidemiología o la farmacovigilancia, no es posible realizar experimentos para aislar el factor causal de interés (manteniendo todas la condiciones iguales y asegurando la restricción ceteris paribus), lo que incrementa la complejidad del análisis causal.
Quizá por ello, la mayoría de epidemiólogos prefieren hablar de determinantes, exposiciones y factores de riesgo y categorizan las causas de forma descriptiva sin enfrentar los problemas de la definición de causa, a pesar de que muchos son conscientes de la trascendencia que puede tener sobre las intervenciones sanitarias la adopción de una definición determinada de causalidad, que razonablemente debería ser la de mayor utilidad.